Carta de un español de sangre y corazón, argentino de nacimiento

CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA
SÁBADO, 14 FEB 09


"Sé por la experiencia y la historia humanas que todo lo esencial y grande sólo ha podido surgir cuando el hombre tenía una patria y estaba arraigado en una tradición".
(Martin Heidegger a Der Spiegel, 28 de marzo de 1967
en entrevista póstuma)


Aunque nacido en la República Argentina, soy descendiente de españoles, orgulloso de mi sangre y la cultura en la que me crié, pues nunca se olvidaron esas raíces en el hogar. No obstante el propio español aquí reniegue y se mofe del “español peninsular”. Sencillamente, digno del suicidio.

Harto conocido los flujos migratorios de la Península al Río de la Plata, mis abuelos se encontraron entre aquellos jóvenes púberes que abandonaron su terruño natal hacia la década de mil novecientos treinta (1930).

Fue así que en esa segunda oleada migratoria, se terminaron de asentar las bases fundacionales de una América predominantemente blanca de fuerte carácter europeo. No se habían olvidado las raíces, no se las había suplantado por la cultura reivindicatoria mongol-americana ni mucho menos, considerada como objeto de circo y de vergüenza. De esta manera, surgió el término genérico “gallego”, no como identificación del oriundo de Galicia, sino como calificación peyorativa hacia aquel que fuere español. Como si uno fuera de otro palo, diríamos acá...

Un homérico luchador español afirmó que un pueblo nada podría hacer, si no existía en él una previa y radical exaltación de sí mismo como excelencia histórica. No podría haberse expresado esta verdad con palabras más claras. El Nuevo Orden Mundial de corte liberal y capitalista, cuya cabeza invisible está asentada en el Rabinato de Jerusalén1, se ha propuesto como uno de sus objetivos prioritarios, pos Guerra Civil Europea (1914-1945), la enajenación individual y nacional de la persona como tal.

De este modo, desde hace sesenta y cuatro años, se bombardea constantemente al hombre, allá en todos los rincones del mundo, para inducir a su putrefacción, y como sabemos, una manzana podrida en el cajón, pudre al resto.

Retomando el punto del español que reniega del español, como si el primero fuere italiano, por ejemplo y sin desmedro del Pueblo Italiano, en Argentina se ha procurado destruir todo rasgo de Hispanidad, desde el ataque a su riquísima lengua, de su Historia y sus hechos más trascendentales (por nombrar uno, el Día de la Hispanidad), de sus tradiciones, de su cultura y su sangre, que en último término, determina sin lugar a dudas quién es y quién no, un hijo de España y de Europa. Que uno voluntariamente sirva al Sistema, en fin, no se podrá negar su composición étnica.

Como buen nieto que he sido (quiero creer), siempre escuché muy atentamente todo lo que mis abuelos narraban de su Asturias, patria querida, de España y de la vida en general.

Fue de esa forma, y no de otra, que a un océano inmenso de por medio, me sentí igualmente español. Sin embargo, no faltó quien me inquiriese al respecto, que eres argentino, que “los gallegos esos”, y un sin fin de vituperaciones propias de un descerebrado.

A medida que fueron creciendo mis conocimientos en diversas materias, entendí que no necesitaba una carta de ciudadanía para ser considerado español. En todo caso, ella probaría que soy ciudadano del Estado español, es decir, eso significa que un funcionario competente (sujeto a tela de juicio), cómodo en su sillón, entre las cuatro paredes de su despacho, firma un papel discrecionalmente, reconociendo o autorizándome que soy español, cuando creo ciegamente que tengo ese derecho ius sanguinis y no porque un borrego del Sistema, que en nombre de España, la destruye, entre otras naciones, me considere español.

Así, me interioricé en los partidos políticos de España y en sus movimientos identitarios. Luego de coincidir con los puntos y el programa de Democracia Nacional, procedí a contactarme con el mismo a fin de resolver si podría serle útil de alguna manera aquí en Argentina, con motivos propagandísticos y demás, sin descartar, mi deseo de alguna vez poder ir a vivir a aquella que es mi Tierra y luchar allí por ella.

¿Por qué? Porque soy Español y arde la sangre que corre en mis venas cada vez que se trata de la Madre España.




¡EL ARADO SE CONVERTIRÁ ENTONCES EN ESPADA, Y DE LAS LÁGRIMAS DE LA GUERRA BROTARÁ EL PAN DIARIO PARA LA POSTERIDAD!



GERMÁN FOLGOSA
CERE ARGENTINA

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